jueves, 13 de noviembre de 2008

Hojas de noviembre

" Que vivan los albañiles

también la Virgen Morena... "

Don Artemio dejó su natal Pinotepa, en el estado mexicano de Oaxaca cuando tenía 18 años. Entonces puso rumbo hacia el puerto de Acapulco, en un tiempo donde seguramente la distancia que mediaba entre ambas poblaciones era igual en tiempo como en oportunidades. Hoy el tiempo se ha reducido.

En el turístico destino atendió mesas de taquerías, limpió baños, vendió anteojos de apócrifos orígenes y acercándose a los hoteles se fue versando en las faenas tras bambalinas del turismo de 5 estrellas.

"Voy a sacarlas del agua

para que no se me ahoguen..."

Ahí conoció a Elenita, Doña Elenita para nosotros, acapulqueña de origen y de encantos, pues en ellos ha sido que Don Artemio hubo de poner sus ojos y sus esfuerzos, para hacer de aquella mujer la compañera de toda su vida. Contrajeron nupcias. Sin embargo las cosas no siempre salen como uno quisiera, y el hambre, entre otras muchas necesidades a veces aprietan más de lo debido, empujando el fluido poblacional a la boca del recipiente, que si atendemos a la teoría gravitacional, debe quedar arriba. De modo que con miras en los Estado Unidos, Don Artemio se dirigió al Norte. De Acapulco puede ser casi cualquier lugar y a cualquier lugar se dirigió, llamándose cualquier lugar Tesistán, Jalisco. Nunca llegó a la Unión Americana, pues la Mexicana puso en su camino el campo donde de jornalero logró aguantar hasta que sus ansias le volvieron a Guerrero.

Lleno el puerto, no solo de turistas, si no de inmigrantes, Acapulco le fue quedando chico, hasta que otro  norte, uno más cercano y también arrumbado al poniente, ofreció un horizonte casi tan amplio como aquel en que cada tarde se sumerge en profundo letargo hemisférico el astro Rey.

Pronto el encargado de limpiar las albercas de un lujoso hotel en el desarrollo alterno, se estableció y llevó con él a su familia. Doña Elenita desde luego se alegró de no tener que ir a hablar el inglés, que de todos modos ya hablaba al negociar engañosas rebajas con los turistas americanos en las atestadas playas de Acapulco, donde seguramente un mexicano tiene más necesidad de hablar ese idioma que en el corazón de Los Angeles.

" Que vivan los albañiles

también la Virgen Morena... "

Armado con cepillo, red, aspiradora, todos intercambiables en un largo tubo de aluminio, Don Artemio, hoy como cada mañana desde que llegó a Ixtapa, se asegura que las albercas sean los espacios seductores donde los turistas decidan pasar sus días de asueto pidiendo generosas comandas del cercano bar. Compite, en especial al acercarse el fin de año, con la naturaleza que implacable derriba amarillentas hojitas sobre su interminable obra. Don Artemio mueve la cabeza en desaprobación, pues no termina de limpiar un sector, cuando el otro ya se comienza a cubrir de hojas. Más luego piensa: "Que bueno que las hojas nunca dejan de caer, el día que no caigan se me acaba la chamba". Sonríe y vuelve a silbar su alegre melodía intercalando los dos únicos versos que de ella recuerda:

"Voy a sacarlas del agua

para que no se me ahoguen..."

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