lunes, 13 de octubre de 2008

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Con un presupuesto inicial de 700 mil millones de dólares, el presidente de los Estados Unidos de América se ha lanzado a rescatar la banca de su país, sumergido en una profunda crisis financiera producto de la especulación, latente tentación para las voraces firmas que enorgullecen al capitalismo rampante. El rescate al fin aprobado, fue en un principio rechazado por el ala republicana del congreso, reacia a permitir que el estado interviniera en la economía, pues ello se contrapone a los principios sobre los que se alza el sistema económico que ha engrandecido a la Unión Americana.

De acuerdo a Robert Losey, profesor de finanzas de American University, la capitalización de la banca privada por este medio, así como la compra de acciones por parte del estado y la ocupación puestos de decisión en la misma, solo puede recibir un nombre: "nacionalización", la misma decisión tomada  por el gobierno británico tras el quebranto el 29 de septiembre del banco Bradford & Bingley.

En cada rincón del orbe, las potencias económicas mundiales recias defensoras del capitalismo, están optando por la intervención en los sistemas financieros por parte del estado. No existe más un muro en Berlín separando las ideologías antagónicas, por lo que dichas maniobras pueden hacerse sin temor a dar la razón a ningún enemigo, acaso solo a la propia conciencia que muy en el fondo cuestionaba si por el que se conduce al mundo es de verdad el camino correcto.

Ante los hechos presentes, es claro e incuestionable que la intervención del estado en la economía no solo es deseable, si no indispensable, sacar las manos del sistema sería tanto como dejar que un partido de balompié se desarrollara sin árbitro, necesariamente terminaría con un buen número de jugadores lesionados y muy probablemente, el juego se transformaría en una campal batalla entre los 22 jugadores, olvidándose completamente del balón y las porterías.

A la luz de la innegable evidencia sería una imperdonable necedad seguir pensando que el libre mercado en la forma del neoliberalismo es la alternativa más saludable para el desarrollo mundial. Nunca nadie, inversionista en grande o en pequeño habrá de anteponer el interés común a sus ganancias personales, sin importar lo que esto pudiera desencadenar, como ha ocurrido estas últimas semanas. El estado debe intervenir, la cuestión es si el mundo seguirá condenado a contar con dichas intervenciones siempre en el momento de estallar la crisis, o bien, a buen tiempo, cuando, como en la salud del cuerpo humano, la mejor arma contra las epidemias, es la prevención.

Es penoso ver tan de cerca una caída largamente anunciada, más penoso será, sin embargo, ver que al final del viacrucis nada se ha aprendido.

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