sábado, 16 de octubre de 2010

Payasitos

La palma renegrida remueve el polvo sobre el áspero pelo del lomo del Estopas. El crujido del asfalto aplastado por las llantas y el calor de los motores son como el telón que da aviso para comenzar el espectáculo. Anita se levanta dejando echado al perro sobre la acera, se acomoda las enormes y redondas nalgas y comienza el ascenso. Tiene menos de cinco segundos para alcanzar la cúspide; para entonces la sonrisa de un ranchero bigotón deberá ocultar sus nervios. Cuarenta, quizás cincuenta espectadores conformen el auditorio esta vez. Sólo tres o cuatro pagarán la cuota.

A ritmo de “El Mechón”, es la que mejor recuerda aunque no suene, guardará precario equilibrio sobre los hombros de César, mientras lanza las esferas de colores deslavados. Dos. Lanzar tres es para los consagrados. Si pierdes una, la tienes que pagar, le dijeron.

Sí, algunos ríen. ¿De la grotesca máscara?, ¿de las pelotas rebotando en sus manos?, ¿de las enormes nalgas? No puede encontrar la mirada de nadie, ¿no le están prestando atención? “¡Soy yo!”, piensa, y se reanima cuando un niño, apenas menor que ella, la señala desde la enorme camioneta donde viaja acompañado de su madre. Si esa señora anduviese a pie, ¿tendría las nalgas como las que usa Anita en su “show”? Ella no quería tener nunca un cuerpo así, ella sería como la Lety cuando fuera mujer. Lety tenía trece años y era diferente de los chavos, pero no tenía esas cosotas. Anita sería como Lety.

¡Ay, no!, debajo de sus pies César se mueve, y ya no al ritmo de “El Mechón”. Hay que bajarse. Aprieta las pelotas contra su pecho y cierra los ojos. Es cosa de lanzarse al vacío. Nunca ha estado segura de si quien la recibe es César o el Celes, pero nunca la han dejado caer. Quizás porque ella nunca ha dejado caer tampoco una solo pelota. Favor con favor. Así es la ley.

“No se te olvide quitarte la máscara, que vean que eres niña. Así te van a dar más”, le dijo el Celes la primera vez, y sí, casi siempre consigue más que César. Y el Celes, él ni se arrima. Un día Anita va a ser la de hasta abajo y va a ser quien reparta las ganancias. Un día.

Cuando llegan es más o menos uno por uno, pero cuando se van, se arma la escandalera. El Poli les chifla y arrancan, como si tuvieran tanta prisa. Todos juntos. ¿A dónde van? Ella nunca ha ido a ningún lado. A veces reconoce las caras, ya sabe que el don de barba en el carro verde no va a dar nada. Una vez le dio una paleta, pero de eso hace mucho tiempo. El Celes se la terminó comiendo, por eso mejor ni recibe dulces. La chifladera del Poli dura más que otros días, hace frío y el Estopas sigue sin levantarse, a lo mejor ahora si se muere, como Dulce, la hermana menor de Anita. Ya casi no se acuerda de ella, pero le pasó como al Estopas, se estuvo todo el día sin moverse, sin hablar, hasta que se tuvieron que desaparecer todos un tiempo del puente, en lo que Diosito llegaba por ella. Eso le dijo el Celes. “Yo sé de esas cosas, niña”, le aseguró, “por eso soy el Celes, por celestial. A mí Él me habla al oído”. Ni cómo discutirle.

No, era diferente, el Estopas al menos chilló cuando le tocó la pata. A lo mejor sí se levantaba, si no, pues ni modo, a dejar el semáforo mientras Diosito lo recogía. ¿Por qué le daba pena a Diosito que le vieran llevarse a la gente?

--Hazte pa’trás-- escuchó en el estruendo la voz de César --, ¿no ves que te van a volar la máscara?

Pues sí, la máscara era de él, tenía que cuidarla. La del pelón ya no le daba risa a nadie. ¿Quiénes eran esos señores? ¿Payasos sin maquillaje? Sí, en eso de la “artisteada” todo podía ser posible. Eran payasos, sin duda.

--Si sigues así, un día vas a salir en las revistas, Ana. Acuérdate lo que te digo, por eso soy el Celes. Porque soy celestial—El empujón que el Celes le propinó sobre la cabeza, la hizo caer sobre Simón, quien ahora sí, se arrastró como pudo para evitar el golpe. No se iba a morir. Hoy no, podían quedarse un rato más en el semáforo. Estaba oscureciendo.

Luces, crujidos y calor. El telón se volvía a levantar.

Copyright © Servando Baltazar, México, 2010.

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